Tras el proceso electoral, en su calidad de presidente de la
República, el señor Peña Nieto ha
realizado innumerables “intervenciones” en las que vincula
los resultados del proceso electoral a la “aprobación” de su gobierno y las “reformas
estructurales” que ha impulsado; él seguramente en ese plano de la
realidad en que se mueve así lo considera, pero las cosas y las interrelaciones
realizadas son cuando menos poco acertadas.
Sí el pueblo de México voto, sí el PRI logró tres de cada
diez votos válidos y sí en compañía de sus “fieles” aliados mantiene
capacidad para hacer modificaciones legales; pero también es cierto que está
muy lejos del 36.8% de 2009 y que en el sentido del voto los votantes le
informaron a los tres “partidos mayoritarios” que no está
de acuerdo con las “reformas estructurales”; como dije el PRI puede más de 6 puntos
porcentuales (20% de su voto de 2009); el PAN pasa de 28 a 21, es decir pierde
siete puntos que son el 25% de su participación electoral previa y el PRD pasa
de 12.2 a 10.9% más del 10% de el pedazo de 2009.
Así visto, pues el más castigado fue el PAN y el menos
castigado el PRD (pese a que en las lecturas populares y de los “analistas”
políticos resulte el PRD el pagano del cuento); los datos nos dirían cosas
interesantes, primero que el PRD al no “acompañar” la reforma electoral fue
menos satanizado o a la inversa que el PAN al “aliarse” para ella sufrió
más.
Pero hay un dato indubitable, los tres partidos mayoritarios
tuvieron una regresión (fueron castigados) y el 20% de pérdida del PRI son
directamente imputables a su gobierno, al gobierno de Peña Nieto y a la acción legislativa de los partidos, que actuaron
de manera conjunta (algunos dicen que mafiosa) para apoyar las iniciativas
gubernamentales.
Ahora bien, cinco de las reformas “estructurales” que Peña Nieto consideró “inaplazables”
a la luz de su “instrumentación” han dado pocos resultados (de hecho
marginales) como el caso de la laboral, que habría de “favorecer que los patrones
contrataran mayor número de jóvenes” no ha mejorado (es más no hay
indicios claros de que siquiera haya propiciado algún cambio); la educativa,
que se suponía “trastocaría o iniciaría la
transformación del Sistema Educativo Nacional” está arrancando con
el píe izquierdo (es más hoy leí una nota que señala que la SCJN alista el
análisis de la legalidad de la Reforma Educativa, que sería un “retroceso”
para las “aspiraciones” de Peña
Nieto pero también de México; la energética que dadas las condiciones
mundiales del mercado parece que sólo traerá algunas inversiones muy marginales;
la hacendaria que le proporcionó los recursos fiscales tan deseados por el
gobierno, pero secó el ámbito productivo nacional, y; la financiera que “habría de detonar flujos de apoyo
a la industria nacional” no ha variado los niveles históricos de ese
flujo.
Cinco puntos “nodales” decían y cinco “medidas”
para cambiar las inercias decían, pues cinco puntos atendidos legislativamente
conforme a la intención del gobierno, que no han propiciado cambio alguno.
Ya algunos de esos “connotados analistas” hablan de
cambios en la administración pública, como si los resultados fuesen a llegar de
manera divina, tras la salida de los “malos” y la llegada de los “buenos”
pero no, no es cuestión de hombres, es un problema mucho más profundo, es
un problema estructural, no hay que cambiar de administradores, hay que
variar el sistema de administración pública.
Ya también escuche que es imprescindible que la nueva
legislatura, enmiende la plana de la saliente y corrija los errores cometidos,
pero si los errores vienen (o fueron) del ejecutivo, que puede hacer la
legislatura, una legislatura además atada a las voluntades del ejecutivo.
No se puede decretar la mejoría de la economía, no se puede
esperar que la divinidad o algo resuelva los problemas, tampoco se puede
esperar que México se transforme a partir de la acción (inacción) de sus
poderes públicos; habrá que actuar en consecuencia, habrá que hacerles entender
(a los tres poderes) que no se requiere más ley, sino que se aplique la que
hay; que no necesitamos más discursos vacios, sino que llenen de acciones
consecuentes su actuar público, y; no es necesario que la SCJN “esté ahí para
defender nuestra Constitución” sino que limite a los otros poderes a hacer lo
que tienen que hacer.
Hoy el gobierno, sumido su autocomplacencia con un titular
que lejos de voltear a ver la realidad, se ensalza, no ayuda en nada a retomar
un rumbo certero.
"Mover a México" dicen, pero hacia a donde.
SALUD
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