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El PRI y su XXI Asamblea Nacional

Las “asambleas nacionales” del PRI hasta la XIII eran grandes fiestas en las que los “delegados” bien seleccionados por los gobernadores y “adiestrados” por el régimen, además de venir a la ciudad de México a ratificar la voluntad del presidente, paseaban, bebían y disfrutaban de los placeres de la gran ciudad.

La XIV Asamblea Nacional desarrollada en septiembre de 1990 tras la “derrota” del PRI en Baja California y con una fuerte presencia de nacionalismo revolucionario (viejo PRI) ante los embates de la modernidad (nuevo PRI) fue quizá el parteaguas de ese partido político en materia de “democratización” interna.

Hasta el proceso sucesorio de 1988 el Presidente de la República mantenía control sobre las estructuras partidistas y “proponía” al Presidente del CEN de ese partido con la intención de apoyar sus políticas de estado y obtener las menores resistencias al interior del PRI, sin embargo, a partir de la llegada de Carlos Salinas y el liberalismo en materia económica se evidencio la necesidad de reajustes severos en el PRI.

Pero ya desde la postulación de Miguel de la Madrid se muestra agotamiento en la capacidad de los dirigentes del PRI para controlar las inconformidades internas, Adolfo Lugo Verduzco enfrentó con grandes dificultades la elección federal intermedia de 1985 e inmediatamente después se fue a Hidalgo como gobernador (se sacaron la lotería los hidalguenses)

La llegada de De la Vega a la Presidencia Nacional del CEN del PRI deja pocas dudas del camino de la “modernidad” que anhela el grupo gobernante, especialmente Carlos Salinas, se encaramó en la estructura partidista Carlos Hank y el grupo Atlacomulco, que a partir de colocar dirigencias estatales y “seleccionar” delegados lograron “mantener la calma”, sin embargo a fragilidad interna seguía presente y las divisiones se hicieron mucho mas evidentes tras la integración de la Corriente Democrática en 1987.

El proceso electoral de 1988 mostro de manera encarnada graves deficiencias en los procesos de selección interna de candidatos, falta de organización operativa en muchos comités estatales y (especialmente) pugnas por el control de estructuras importantes.

Quizá el más representativo es el del DF, en donde desde ese entonces la lucha interna ha favorecido la descomposición y el desmembramiento hasta su práctica desaparición, como estructura de poder local y hasta como partido político.

Así pues, muchas de las principales fuerzas políticas internas del PRI se resisten a la reforma económica, planteada desde 1985, para ellos la “modernización” es sólo pérdida de prebendas y canonjías.

La precariedad de la mayoría priista en la Cámara de Diputados y la reticencia con la que algunos diputados, sobre todo los del sector laboral asumían las iniciativas presidenciales, llevan a la necesidad de “quitar” un poco de poder al presidente, introduciendo principios como militancia para la contienda  y el “regreso” al discurso del nacionalismo.

Sin embargo el presidente de la república hace a un lado a su partido (a pesar de haber colocado en el a su sucesor) e inicia lo que él mismo denomina el difícil camino a la Modernidad.

Salinas retoma el “control” del partido a partir de la colocación Colosio y el aplastante triunfo de 1991 en el proceso federal intermedio, sin embargo la pérdida, en sólo cuatro años, de dos gubernaturas y una más como producto del conflicto poselectoral y la presencia opositora en ayuntamientos y congresos locales. Si se consideran los 160 municipios más grandes del país, en 1992 los partidos opositores habían conquistado la presidencia de más de 80 de ellos.  Tan sólo el PAN, a octubre de 1992, gobernaba a más de 15 millones de mexicanos (a nivel estatal y municipal).

Hacen que pese a la aparente unión de los sectores a favor de la candidatura de Colosio, la sopa al interior hervía y empezaba a descomponerse.  Así el asesinato de su candidato y el rompimiento del pacto político se derrumbó la capacidad de control y las bases se “sublevaron”, además ante un presidente de la república apático a cuestiones políticas y carente de equipo para desarrollar esas actividades, la XVII Asamblea Nacional retoma el rumbo del partido hacia el discurso nacionalista, incluyendo temas como:

Rectoría del Estado mexicano en materia de las comunicaciones y el dominio sobre el espectro radioeléctrico y de las posiciones orbitales asignadas al país;  convocar a una alianza nacional contra la pobreza, exigir al Estado programas idóneos que superen los rezagos de la población mas necesitada; garantizar abasto y soberanía alimentaria.

Además quedó en estatutos la soberanía del Estado sobre los recursos naturales específicamente PEMEX y estatutariamente también la obligación de candidatos a gobernadores y presidente así como a presidencias estatales y nacionales del mismo partido, de haber participado en procesos electorales y haber ganado puestos de elección popular.

No se si eso hizo del PRI un partido menos competitivo, tampoco se si impactó en el electorado, yo creo que el cansancio popular venía de otras fuentes y la “alternancia” no fue resultado de sus cambios estatutarios.

Ahora todo apunta a que se “suavizará” el estatuto pues desde antes del proceso electoral federal, las estructuras partidistas locales habían sido “cuidadosamente” seleccionadas y los “delegados” a la XXI Asamblea nacional fueron también resultado de un meticuloso proceso en el que hay poca posibilidad de discernir, sin embargo parece que NO le alcanzará a Peña Nieto para hacer todas las reformas que pretende a su gusto.

Sólo el tiempo lo dirá.

SALUD.


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