Tras tumbos de un año en el que el discurso bélico
desapareció del lenguaje oficial y muchos de los actos de violencia cotidiana
fueron simplemente desaparecidos de los “medios” de comunicación, apenas la
semana pasada fue publicada la “lista de los delincuentes detenidos”
tras un exhorto del IFAI para que la PGR lo realizara.
Con ese paso insignificante, regresamos a la guerra de caldeRon, el discurso bélico regresa a
ser parte del discurso oficial y ya para ayer en otra de las puntadas del señor
Peña “nos acercamos a la primera meta nacional que nos trazamos como
Gobierno: lograr un México en paz” SALUD
En el cambio de discurso (supongo intencionadamente) se
cambia la estrategia de comunicación y se transmite ahora a la población una
nueva sensación de tranquilidad hacia el futuro inmediato: no acercamos, como si la
buena voluntad o el discurso en sí trajera la paz, como si la época fuese capaz
de lograr la paz. SALUD
Recuerdo hacia 1984 y la primera campaña de medios para la
preinscripción de educación básica, un tecnólogo de la comunicación nos “instruyó”
sobre el “valor de comunicar la cercanía de algo en esos términos” pues “no
comprometes tiempo ni espacio para que suceda” SALUD
Ese valor de comunicar sin decir, sin informar, sin comprometer, que ahora parece ser moneda común de la administración y lejos de servir, se queda en vergüenza.
Aun entendida la paz como la ausencia de guerra, la no
existencia de conflicto, la forma de sobrellevar un estado, la paz en México está
lejos en el tiempo y muy ausente para millones de familias que se enfrentan a
diario con el hambre, con la inseguridad en el empleo, con la falta de certeza
en lo que habrán de hacer en el futuro y de lo que será ese futuro para sus
descendientes.
Atendiendo a la concepción integral del término, México
ingresó a un espiral de violencia social desde mediados de la década de los 80,
con inseguridad en todos los aspectos básicos de su futuro, la falta de sosiego
de las familias mexicanas, está presente a diario en sus mesas, en sus camas,
en su camino, en su forma diaria de relacionarse con el resto de la población.
Primero el empobrecimiento nacional, resultado de
administraciones económicas desastrosas, después una escalada de rapiña de
parte de los grandes grupos comerciales nacionales e internacionales que
orillaron al gobierno a ceder parte de la renta nacional y de la soberanía, la
presencia de guerra (en el sentido lato del término) a mediados de los 90 sólo
es resultado de la incapacidad del Estado (todo) para atender en la raíz los
grandes problemas nacionales, especialmente los relacionados con las
poblaciones más marginadas e históricamente olvidadas.
Hoy incluso, esas poblaciones, lejos de haber logrado
atención, son parte de la deuda que seguimos manteniendo.
El golpe al sistema político acertado por les mexicanos en
2000 es resultado de esa escalada de violencia institucionalizada ejercida por
sus “administradores” y muestra del hambre de justicia que ya entonces era
inaplazable y hoy sigue siendo reclamo cotidiano.
La violencia desatada por la inconformidad social respecto
de la anhelada “democracia” y los innumerables traspiés del burro habilitado
para administrar un país que le quedó grande, escaló la violencia en una constante
descomposición de las relaciones sociales, llevando incluso a violencia al
interior de las familias mexicanas.
Esa violencia institucional e institucionalizada se presenta
de manera formal con una declaración de guerra a los carteles del crimen
organizado, que sólo produjo muerte y mayor desolación para la población.
Hoy hay unos 200 mil mexicanos desplazados que intentan
rehacer su vida y patrimonio en lugares ajenos a su vida cotidiana, hay más de
100 mil familias enlutadas por la muerte y desaparición de sus seres queridos y
hay un corredor de absoluta angustia social que lejos de serrarse para acercar
a la paz, se ahonda para mostrar inseguridad permanente.
La paz, entendida como tranquilidad está a lustros de venir,
pero según Peña, “nos acercamos” como si fuese cuestión de nosotros hacerlo,
como si sólo dando pasos sociales hacia allá, la fuésemos a alcanzar.
Pues vaya un abrazo a las familias indígenas que hoy
seguramente con abundancia de buenos deseos festejarán esa pronta llegada.
Un caluroso saludo a los millones de mexicanos que desde su
pobreza alimentaria, desde su marginación social están contribuyendo a que un
grupito de acaudalados pueda seguir con una vida llena de lujos.
A los cientos de miles de familias clase medieras que con
algún festejo contribuirán al “acercamiento” de la paz.
Claro, como olvidar a ellos, a los valientes servidores públicos que con su cobardía entregan México y su patrimonio a los que lo pueden adquirir, a los más indecibles intereses.
SALUD y PAZ, como decíamos algunos en la olvidada década de
los 60.
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